El arte y la revolución social (4 de 4)

El arte del porvenir
El arte en tanto negación de lo meramente existente, empuja su propio concepto hacia contenidos que no tenía.[1] Es decir, lo propio del arte es el transformarse, cambiar, mutar, revolucionarse constantemente. El arte toma el material que le brinda una sociedad determinada y en un proceso de negación, lo modifica, lo ordena y desordena según sus propias leyes. Es por esto que continuamente se está produciendo a sí mismo en momentáneo y frágil equilibrio.[2] Entonces, como ya hemos señalado, el arte, por su naturaleza crítica, no puede soportar ningún tipo de regimentación, y es así que cada corriente artística nueva comienza con la “rebelión”.
Ante esta situación la burguesía se ha caracterizado por su capacidad para saber combinar la presión y la exhortación, el boicot y los halagos para lograr disciplinar y asimilar cada movimiento artístico “rebelde”, llevándolo al nivel del reconocimiento oficial. Lo que significaba también el comienzo de la agonía de tal movimiento, hemos visto que esto se aplicaba también para el caso del stalinismo.

Sin embargo, esta unión del arte y de la burguesía ha sido, sino feliz, al menos estable en la época del pleno ascenso de la sociedad burguesa. Es por esto que decimos: que el carácter social del arte radica en que el impulso, bajo la forma de nuevas formas artísticas, viene dado por la economía, por medio del desarrollo de una nueva clase, y en menor medida, por un cambio en la situación de una misma clase al crecer su riqueza y su potencia cultural. Pero actualmente la sociedad burguesa, como producto de la crisis mundial de la economía capitalista, se encuentra en una fase de descomposición y declive que provoca un agravamiento insoportable de las contradicciones sociales e individuales. Esta situación no puede no afectar de manera negativa al arte y a la cultura en general. Como dice Adorno:
“...en un mundo de incongruencias que se repite absurdamente, de una barbarie cada vez más extendida, de una omnipresente amenaza de una catástrofe fatal, los fenómenos que no interesan a la conservación de la vida adquieren un aspecto irrisorio.”[3]

Es decir, el capitalismo decadente se muestra cada vez más incapaz de ofrecer las condiciones mínimas para el desarrollo de la cultura y de la nuevas corrientes artísticas. Hoy más que nunca el arte se ve subordinado a los dictámenes del capital y se le hace cada vez más tortuoso subsistir sin ser cooptado por las leyes del mercado. Pero el arte no puede salir de esta crisis, ni mantenerse al margen, o sea, no puede salvarse solo, porque es imposible encontrarle salida a este atolladero por los medios propios del arte. Toda la cultura está en crisis. El arte perecerá inevitablemente, como pereció el arte griego bajo las ruinas de la sociedad esclavista, si la sociedad contemporánea no logra transformarse. El problema tiene, pues, un carácter totalmente revolucionario. Como brillantemente dicen André Bretón y León Trotsky en el final del Manifiesto por un Arte Revolucionario e Independiente:
"He aquí lo que queremos:
La independencia del arte para la revolución;
la revolución para la liberación definitiva del arte."

...y para que la vida siga siendo bella (agregamos nosotros).

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1. Theodor Adorno, Teoría estética, pp. 12, ed . cit
2. Ibidem, pp. 16, ed. cit.
3. Ibidem, pp. 318-319, ed. cit.
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