Jugamos, lloramos…



Exposición fotográfica de Moira Antonello

Boquitas Pintadas - Estados Unidos 1393
Lunes a domingo de 11 a 17 hs.
Jueves de 11 a 21 hs.
Podés recorrer la muestra con la autora los jueves de 18 a 21 hs.
Clausura: jueves 20 de septiembre

Dijo Rodrigo Alonso sobre la muestra:

Las fotografías de Moira Antonello son el resultado de una performance. Aquí, la exaltación de un detalle corporal arrancado de su contexto, transforma en ambiguo el gesto que retrata. En las fotografías de Antonello la ausencia de una codificación similar desestima toda interpretación concreta. Así, los gestos se debaten entre el erotismo y la vulgaridad, entre el reconocimiento y lo grotesco.
Inadvertidamente, la artista nos posiciona frente a una paradoja. El gesto, tan marcado por el encuadre, termina por anularse en su propia exaltación. Incluso, si no fuera por algunas referencias mínimas, se hace difícil no sólo identificar los rostros, sino también su género u otros datos físicos mínimos. El tamaño de las imágenes juega un papel importante tanto en su impacto en el espectador como en su relación casi física con él. También en la actualización de la paradoja, ya que a mayor tamaño es cada vez más dificultoso el reconocimiento de los rostros y sus expresiones.

Para más información: http://www.moiraantonello.com.ar/

Surrealismo IV: Lo psicológico y lo maravilloso

La incorporación al PC francés de Breton, Aragón y Eluard en 1927 desenncadenó por un lado, en el movimiento surrealista, la discusión sobre la postura frente a la causa obrera; y por el otro, en las filas del PC, la discusión acerca de la funcionalidad de arte en la lucha revolucionaria. En este marco, se realizará en 1928 el primer filme surrealista: El perro andaluz de Luis Buñuel; y poco después se dará el debate entre Dalí y Breton acerca del uso de Hitler como objeto "de delirio" creativo del primero. Publicamos a continuación la cuarta entrega del primer manifiesto.


"Y ahora llegamos a la psicología, tema sobre el que no tendré el menor empacho en bromear un poco.
El autor coge un personaje, y, tras haberlo descrito, hace peregrinar a su héroe a lo largo y ancho del mundo. Pase lo que pase, dicho héroe, cuyas acciones y reacciones han sido admirablemente previstas, no debe comportarse de un modo que discrepe, pese a revestir apariencias de discrepancia, de los cálculos de que ha sido objeto. Aunque el oleaje de la vida cause la impresión de elevar al personaje, de revolcarlo, de hundirlo, el personaje siempre será aquel tipo humano previamente formado. Se trata de una simple partida de ajedrez que no despierta mi interés, porque el hombre, sea quien sea, me resulta un adversario de escaso valor. Lo que no puedo soportar son esas lamentables disquisiciones referentes a tal o mal jugada, cuando ello no comporta ganar ni perder. Y si el viaje no merece las alforjas, si la razón objetiva deja en el más terrible abandono -y esto es lo que ocurre- a quien la llama en su ayuda, ¿no será mejor prescindir de tales disquisiciones? «La diversidad es tan amplia que en ella caben todos los tonos de voz, todos los modos de andar, de toser, de sonarse, de estornudar...»(2) Si un racimo de uvas no contiene dos granos semejantes, ¿a santo de qué describir un grano en representación de otro, un grano en representación de todos, un grano que, en virtud de mi arte, resulte comestible? La insoportable manía de equiparar lo desconocido a lo conocido, a lo clasificable, domina los cerebros. El deseo de análisis impera sobre los sentimientos(3). De ahí nacen largas exposiciones cuya fuerza persuasiva radica tan sólo en su propio absur?do, y que tan sólo logran imponerse al lector, median? te el recurso a un vocabulario abstracto, bastante vago, ciertamente. Si con ello resultara que las ideas generales que la filosofía se ha ocupado de estudiar, hasta el presente momento, penetrasen definitivamen?te en un ámbito más amplio, yo sería el primero en alegrarme. Pero no es así, y todo queda reducido a un simple discreteo; por el momento, los rasgos de ingenio y otras galanas habilidades, en vez de dedicarse a juegos inocuos consigo mismas, ocultan a nuestra visión, en la mayoría de los casos, el verdadero pen?samiento que, a su vez, se busca a sí mismo. Creo que todo acto lleva en sí su propia justificación, por lo menos en cuanto respecta a quien ha sido capaz de ejecutarlo; creo que todo acto está dotado de un poder de irradiación de luz al que cualquier glosa, por ligera que sea, siempre debilitará. El solo hecho de que un acto sea glosado determina que, en cierto modo, este acto deje de producirse. El adorno del comentario ningún beneficio produce al acto. Los per?sonajes de Stendhal quedan aplastados por las apre?ciaciones del autor, apreciaciones más o menos acerta?das pero que en nada contribuyen a la mayor gloria de los personajes, a quienes verdaderamente descubrimos en el instante en que escapan del poder de Stendhal.
Todavía vivimos bajo el imperio de la lógica, y precisamente a eso quería llegar. Sin embargo, en nuestros días, los procedimientos lógicos tan sólo se aplican a la resolución de problemas de interés secundario. La parte de racionalismo absoluto que todavía solamente puede aplicarse a hechos estrechamente ligados a nuestra experiencia. Contraria?mente, las finalidades de orden puramente lógico que?dan fuera de su alcance. Huelga decir que la propia experiencia se ha visto sometida a ciertas limitaciones?. La experiencia está confinada en una jaula, en cuyo interior da vueltas y vueltas sobre sí misma, y de la que cada vez es más difícil hacerla salir. La lógica también, se basa en la utilidad inmediata, y queda protegida por el sentido común. So pretexto de civilización, con la excusa del progreso, se ha llegado a desterrar del reino del espíritu cuanto pueda clasificarse, con razón o sin ella, de superstición o quimera; se ha llegado a proscribir todos aquellos modos de investigación que no se conformen con los imperantes. Al parecer, tan sólo al azar se debe que recientemente se haya descubierto una parte del mundo intelectual, que, a mi juicio, es, con mucho, la más importante y que se pretendía relegar al olvido. A este respecto, debemos reconocer que los descubrimientos de Freud han sido de decisiva importancia. Con base en dichos descubrimientos, comienza al fin a perfilarse una corriente de opinión, a cuyo favor podrá el explorador avanzar y llevar sus investigaciones a más lejanos territorios, al quedar autorizado a dejar de limitarse únicamente a las realidades más someras. Quizá haya llegado el momento en que la imaginación esté próxima a volver a ejercer los derechos que le corresponden. Si las profundidades de nuestro espíritu ocultan extrañas fuerzas capaces de aumentar aquellas que se advierten en la superficie, o de luchar victoriosamente contra ellas, es del mayor interés captar estas fuerzas, captarlas ante todo para, a continuación, someterlas al dominio de nuestra razón, si es que resulta procedente. Con ello, incluso los propios analistas no obtendrán sino ventajas. Pero es conveniente observar que no se ha ideado a priori ningún método para llevar a cabo la anterior empresa, la cual, mientras no se demuestre lo contrario, puede ser competencia de los poetas al igual que de los sabios, y que el éxito no depende de los caminos más o menos caprichosos que se sigan.
Con toda justificación, Freud ha proyectado su labor crítica sobre los sueños, ya que, efectivamente, es inadmisible que esta importante parte de la actividad psíquica haya merecido, por el momento, tan escasa atención. Y ello es así por cuanto el pensamiento humano, por lo menos desde el instante del nacimiento del hombre hasta el de su muerte, no ofrece solución de continuidad alguna, y la suma total de los momentos de sueño, desde un punto de vista temporal, y considerando solamente el sueño puro, el sueño de los períodos en que el hombre duerme, no es inferior a la suma de los momentos de realidad, o, mejor dicho, de los momentos de vigilia. La extremada diferencia, en cuanto a importancia y gravedad, que para el observador ordinario existe entre los acontecimientos en estado de vigilia y aquellos correspondientes al estado de sueño, siempre ha sido sorprendente. Así es debido a que el hombre se convierte, principalmente cuando deja de dormir, en juguete de su memoria que, en el estado normal, se complace en evocar muy débilmente las circunstancias del sueño, a privar a éste de toda trascendencia actual, y a situar el único punto de referencia del sueño en el instante en que el hombre cree haberlo abandonado, unas cuantas horas antes, en el instante de aquella esperanza o de aquella preocupación anterior. El hombre, al despertar, tiene la falsa idea de emprender algo que vale la pena. Por esto, el sueño queda relegado al interior de un paréntesis, igual que la noche. Y, en general, el sueño, al igual que la noche, se considera irrelevante. Este singular estado de cosas me induce a algunas reflexiones, a mi juicio, oportunas:
1. Dentro de los límites en que se produce (o se cree que se produce), el sueño es, según todas las apariencias, continuo con trazas de tener una organización o estructura. Únicamente la memoria se irroga el derecho de imponerlas, de no tener en cuenta las transiciones y de ofrecernos antes una serie de sueños que el sueño propiamente dicho. Del mismo modo, únicamente tenemos una representación fragmentaria de las realidades, representación cuya coordi?nación depende de la voluntad (4). Aquí es importante señalar que nada puede justificar el proceder a una mayor dislocación de los elementos constitutivos del sueño. Lamento tener que expresarme mediante unas fórmulas que, en principio, excluyen el sueño. ¿Cuándo llegará, señores lógicos, la hora de los filósofos durmientes? Quisiera dormir para entregarme a los durmientes, del mismo modo que me entrego a quienes me leen, con los ojos abiertos, para dejar de hacer prevalecer, en esta materia, el ritmo consciente de mi pensamiento. Acaso mi sueño de la última noche sea continuación del sueño de la precedente, y prosiga, la noche siguiente, con un rigor harto plausible. Es muy posible, como suele decirse. Y habida cuenta de que no se ha demostrado en modo alguno que al ocurrir lo antes dicho la «realidad» que me ocupa subsista en el estado de sueño, que esté oscuramente presente en una zona ajena a la memoria, ¿por qué razón no he de otorgar al sueño aquello que a veces niego a la realidad, este valor de certidumbre que, en el tiempo en que se produce, no queda sujeto a mi escepticismo? ¿Por qué no espero de los indicios del sueño más lo que espero de mi grado de conciencia, de día en día más elevado? ¿No cabe acaso emplear también el sueño para resolver los problemas fundamentales de la vida? ¿Estas cuestiones son las mismas tanto en un estado como en el otro, y, en el sueño, tienen ya el carácter de tales cuestiones? ¿Conlleva el sueño menos sanciones que cuanto no sea sueño? Envejezco, y quizá sea sueño, antes que esta realidad a la que creo ser fiel, y quizá sea la indiferencia con que contemplo el sueño lo que me hace envejecer.
2. Vuelvo, una vez más, al estado de vigilia. Estoy obligado a considerarlo como un fenómeno de interferencia. Y no sólo ocurre que el espíritu da muestras, en estas condiciones, de una extraña tendencia a la desorientación (me refiero a los lapsus y malas interpretaciones de todo género, cuyas causas secretas comienzan a sernos conocidas) sino que, lo que es todavía más, parece que el espíritu, en su funcionamiento normal, se limite a obedecer suge?rencias procedentes de aquella noche profunda de la que yo acabo de extraerle. Por muy bien condicio?nado que esté, el equilibrio del espíritu es siempre relativo. El espíritu apenas se atreve a expresarse y, caso de que lo haga, se limita a constatar que tal idea, tal mujer, le hace efecto. Es incapaz de expresar de qué clase de efecto se trata, lo cual únicamente sirve para darnos la medida de su subjetivismo. Aquella idea, aquella mujer, conturban al espíritu, le inclinan a no ser tan rígido, producen el efecto de aislarle durante un segundo del disolvente en que se encuen?tra sumergido, de depositarle en el cielo, de conver?tirle en el bello precipitado que puede llegar a ser, en el bello precipitado que es. Carente de esperanzas de hallar las causas de lo anterior, el espíritu recurre al azar, divinidad más oscura que cualquiera otra, a la que atribuye todos sus extravíos. ¿Y quién podrá demostrarme que la luz bajo la que se presenta esa idea que impresiona al espíritu, bajo la que advierte aquello que más ama en los ojos de aquella mujer, no sea precisamente el vínculo que le une al sueño, que le encadena a unos presupuestos básicos que, por su propia culpa, ha olvidado? ¿Y si no fuera así, de qué sería el espíritu capaz? Quisiera entregarle la llave que le permitiera penetrar en estos pasadizos.
3. El espíritu del hombre que sueña queda plenamente satisfecho con lo que sueña. La angustiante incógnita de la posibilidad deja de formularse. Mata, vuela más de prisa, ama cuanto quieras. Y si mueres, ¿acaso no tienes la certeza de despertar entre los muertos? Déjate llevar, los acontecimientos no toleran que los difieras. Careces de nombre. Todo es de una facilidad preciosa.
Me pregunto qué razón, razón muy superior a la otra, confiere al sueño este aire de naturalidad, y me induce a acoger sin reservas una multitud de episodios cuya rareza me deja anonadado, ahora, en el momento en que escribo. Sin embargo, he de creer el testimonio de mi vista, de mis oídos; aquel día tan hermoso existió, y aquel animal habló.
La dureza del despertar del hombre, lo súbito de la ruptura del encanto, se debe a que se le ha inducido ha formarse una débil idea de lo que es la expiación.
4. En el instante en que el sueño sea objeto de un examen metódico o en que, por medios aún des? conocidos, lleguemos a tener conciencia del sueño en toda su integridad (y esto implica una disciplina de la memoria que tan sólo se puede lograr en el curso de varias generaciones, en la que se comenzaría por registrar ante todo los hechos más destacados) o en que su curva se desarrolle con una regularidad y am?plitud hasta el momento desconocidas, cabrá esperar que los misterios que dejen de serlo nos ofrezcan la visión de un gran Misterio. Creo en la futura armonización de estos dos estados, aparentemente tan contra?dictorios, que son el sueño e la realidad, en una especie de realidad absoluta, en una sobrerrealidad o surrealidad, si así se puede llamar. Esto es la conquista que pretendo, en la certeza de jamás conseguirla, pero demasiado olvidadizo de la perspectiva de la muerte para privarme de anticipar un poco los goces de tal posesión.
Se cuenta que todos los días, en el momento de disponerse a dormir, Saint-Pol-Roux hacía colocar en la puerta de su mansión de Camaret un cartel en el que se leía: EL POETA TRABAJA.
Habría mucho más que añadir sobre este tema, pero tan sólo me he propuesto tocarlo ligeramente y de pasada, ya que se trata de algo que requiere una exposición muy larga y mucho más rigurosa; más adelante volveré a ocuparme de él. En la presente ocasión, he escrito con el propósito de hacer justicia a lo maravilloso, de situar en su justo contexto este odio hacia lo maravilloso que ciertos hombres padecen, este ridículo que algunos pretenden atribuir a lo maravilloso. Digámoslo claramente: lo maravilloso es siempre bello, todo lo maravilloso, sea lo que fuere, es bello, e incluso debemos decir que solamente lo maravilloso es bello.
En el ámbito de la literatura únicamente lo mara?villoso puede dar vida a las obras pertenecientes a gé?neros inferiores, tal como el novelístico, y, en gene?ral, todos los que se sirven de la anécdota. El monje, de Lewis, constituye una admirable demostración de lo anterior. El soplo de lo maravilloso penetra la obra entera. Mucho antes de que el autor haya libera?do a sus personajes de toda servidumbre temporal, se nota que están prestos a actuar con su orgullo carente de precedentes. Aquella pasión de eternidad que les eleva incesantemente da acentos inolvidables a su tortura y a la mía. A mi entender, este libro exalta ante todo, desde el principio al fin, y de la manera más pura que jamás se haya dado, cuanto en el espíritu aspira a elevarse del suelo; y esta obra, una vez una vez despojada de su fabulación novelesca, de moda en la época en que fue escrita, constituye un ejemplo de justeza y de inocente grandeza (5). A mi juicio pocas son las obras que la superan, y el personaje de Mathilde, en especial, es la creación más conmovedora que cabe anotar en las partidas del activo de aquella moda de figuración en literatura. Mathilde no es tanto un personaje cuanto una constante tentación. Y si un personaje no es una tentación, ¿qué otra cosa puede ser? Extremada tentación la de Mathilde. El principio «nada es imposible para quien quiere arriesgarse» tiene en El monje su máxima fuerza de convicción. Las apariciones ejercen en esta obra una función lógica, por cuanto el espíritu crítico no se preocupa de desmentirlas. Del mismo modo, el castigo de Ambrosio queda tratado de manera plenamente legítima, ya que a fin de cuentas es aceptado por el espíritu crítico como un desenlace natural.
Quizá parezca injustificado que haya empleado el anterior ejemplo, al referirme a lo maravilloso, cuando las literaturas nórdicas y las orientales se han servido de él constantemente, por no hablar ya de las literaturas propiamente religiosas de todos los países. Sin embargo, si así lo he hecho, ello se debe a que los ejemplos que estas literaturas hubieran podido proporcionarme están plagados de puerilidades, ya que se dirigen a niños. En un principio, éstos no pueden percibir lo maravilloso, y, después, no conservan la suficiente virginidad espiritual para que Piel de Asno les produzca demasiado placer. Por encantadores que sean los cuentos de hadas, el hombre se sentiría frustrado si tuviera que alimentarse sólo con ellos, y, por otra parte, reconozco que no todos los cuentos de hadas son adecuados para los adultos. La trama de adorables inverosimilitudes exige una mayor finura espiritual que la propia de muchos adultos, y uno ha de ser capaz de esperar todavía mayores locuras... Pero la sensibilidad jamás cambia radicalmente. El miedo, la atracción sentida hacia lo insólito, el azar, el amor al lujo, son recursos que nunca se utilizarán estérilmente. Hay muchos cuentos que escribir con destino a los mayores, cuentos que todavía son casi azules.
Lo maravilloso no siempre es igual en todas las épocas; lo maravilloso participa oscuramente de cierta clase de revelación general de la que tan sólo percibimos los detalles: éstos son las ruinas románticas, el maniquí moderno, o cualquier otro símbolo susceptible de conmover la sensibilidad humana durante cierto tiempo. Sin embargo, en estos cuadros que nos hacen sonreír se refleja siempre la irremediable inquietud humana, y por esto he fijado mi atención en ellos, ya que los estimo inseparablemente unidos a ciertas pro?ducciones geniales que están más dolorosamente influenciadas por aquella inquietud que muchas otras obras. Y al decirlo, pienso en los patíbulos de Villon, en los griegos de Racine, en los divanes de Baude?laire. Coinciden con un eclipse del buen gusto que soportar muy bien, por cuanto considero que el buen gusto es una formidable lacra. En el ambiente de mal gusto propio de mi época, me esfuerzo en lle?gar lejos que cualquier otro. Si hubiese vivido en 1820 yo hubiera hablado de la «ensangrentada mon?ja», y no hubiera ahorrado aquel astuto y trivial «disimulemos» de que habla el Cuisin enamorado de la parodia, y yo hubiese utilizado las gigantescas metáforas en todas las fases, tal como Cuisin dice, del curso del «disco, plateado». En los presentes días pienso en un castillo, la mitad del cual no ha de encontrarse forzosamente en ruinas; este castillo es mío, y le veo situado en un lugar agreste, no muy lejos de París. Las dependencias de este castillo son infinitas, y su interior ha sido terriblemente restaurado, de modo que no deja nada que desear en cuanto se refiere a comodidades. Ante la puerta que las sombras de los árboles ocultan, hay automóviles que esperan. Algunos de mis amigos viven en él: ahí va Louis Aragón, que abandona el castillo y apenas tiene tiempo para deciros adiós; Philippe Soupault se levanta con las estrellas, y Paul Eluard, nuestro gran Eluard, todavía no ha regresado. Ahí están Robert Desnos y Roger Vitrac, que descifran en el parque un viejo edicto sobre los duelos; y Georges Auric y Jean Paulhan; Max Morise, quien tan bien rema, y Benjamin Péret, con sus ecuaciones de pájaros; y Joseph Delteil; y Jean Carrive; y Georges Limbour, y Georges Limbour (hay un bosque de Georges Limbour); y Marcel Noll; he ahí a T. Fraenkel, quien nos saludó desde un globo cautivo, Georges Malkine, Antonin Artaud, Francis Gérard, Pierre Naville, J.-A. Boiffard, después Jacques Baron y su hermano, apuestos y cordiales, y tantos otros, y mujeres de arrebatadora belleza, de verdad. A esa gente joven nada se le puede negar, y, en cuanto concierne a la riqueza, sus deseos son órdenes. Francis Picabia nos visita, y, la semana pasada, hemos dado una recepción a un tal Marcel Duchamp, a quien todavía no conocíamos. Picasso caza por los alrededores. El espíritu de la desmoralización ha fijado su domicilio en el castillo, y a él recurrimos todas las veces que tenemos que entrar en relación con nuestros semejantes, pero las puertas están siempre abiertas, y no comenzamos nuestras relaciones dando las gracias al prójimo, ¿saben ustedes? Por lo demás, grande es la soledad, y no nos reunimos con frecuencia, porque, ¿acaso lo esencial no es que seamos dueños de nosotros mismos, y, también, señores de las mujeres y del amor?"


(2) Pascal.
(3) Barrès, Proust.
(4) Es preciso tener en cuenta el espesor del sueño. En general, tan sólo recuerdo lo que hasta mí llega desde las más superficiales capas del sueño. Lo que más me gusta considerar de los sueños es aquello que quede vagamente presente al despertar, aquello que no es el resultado del empleo que haya dado a la jornada precedente, es decir, los sombríos follajes, las ramificaciones sin sentido. Igualmente, en la «realidad» prefiero abandonarme.
(5) Lo más admirable de lo fantástico es que lo fantástico ha dejado de existir. Ahora sólo existe realidad.


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Surrealismo III: La actitud realista

El movimiento surrealista surgió como la expresión en el plano artístico del proceso social abierto por la revolución bolchevique de 1917. Significaba el abandono de la contemplación de los escombros de la crisis capitalista para desarrollar una corriente, rechazando la estructura intelectual hegemónica y sus concepciones artísticas, que encarnara -en este sentido- los deseos, sentimientos y acciones de toda una generación revolucionaria que se planteaba la transformación de la sociedad sobre nuevas bases. Consecuentemente, fue que Breton, Aragón y Éluard se incorporaron al Partido Comunista Francés en 1927: las figuras más destacadas del movimiento abrazan abiertamente la causa revolucionaria. Publicamos a continuación la tercera entrega del primer manifiesto.

"Después de haber instruido proceso a la actitud materialista, es imperativo instruir proceso a la actitud realista. Aquélla, más poética que ésta, desde luego, presupone en el hombre un orgullo monstruoso, pero no comporta una nueva y más completa frustración. Es conveniente ver ante todo en dicha escuela bienhechora reacción contra ciertas risibles tendencias del espiritualismo. Y, por fin, la actitud materialista no es incompatible con cierta elevación intelectual.
Contrariamente, la actitud realista, inspirada en el positivismo, desde Santo Tomás a Anatole France, me parece hostil a todo género de elevación intelectual y moral. Le tengo horror por considerarla resultado de la mediocridad, del odio, y de vacíos sentimientos de suficiencia. Esta actitud es la que ha engendrado en nuestros días esos libros ridículos y esas obras teatrales insultantes. Se alimenta incesantemente de las noticias periodísticas, y traiciona a la ciencia y al arte, al buscar halagar al público en sus gustos más rastreros; su claridad roza la estulticia, y está a altura perruna. Esta actitud llega a perjudicar la actividad de las mejores inteligencias, ya que la ley del mínimo esfuerzo termina por imponerse a éstas, al igual que a las demás. Una consecuencia agradable de dicho estado de cosas estriba, en el terreno de la literatura, en la abundancia de novelas. Todos ponen a contribución sus pequeñas dotes de «observación». A fin de proceder a aislar los elementos esenciales, M. Paul Valéry propuso recientemente la formación de una antología en la que se reuniera el mayor número posible de novelas primerizas cuya insensatez esperaba alcanzase altas cimas. En esta antología también figurarían obras de los autores más famosos. Esta es una idea que honra a Paul Valéry, quien no hace mucho me aseguraba, en ocasión de hablarme del género novelístico que siempre se negaría a escribir la siguiente frase: la marquesa salió a las cinco. Pero, ¿ha cumplido la palabra dada?
Si reconocemos que el estilo pura y simplemente informativo, del que la frase antes citada constituye un ejemplo, es casi exclusivo patrimonio de la novela, será preciso reconocer también que sus autores no son excesivamente ambiciosos. El carácter circunstanciado, inútilmente particularista de cada una de sus observaciones me induce a sospechar que tan sólo pretenden divertirse a mis expensas. No me permiten tener siquiera la menor duda acerca de los personajes: ¿será este personaje rubio o moreno? ¿Cómo se llamará? ¿Le conoceremos en verano...? Todas estas interrogantes quedan resueltas de una vez para siempre, a la buena de Dios; no me queda más libertad que la de cerrar el libro, de lo cual no suelo privarme tan pronto llego a la primera página de la obra, más o menos. ¡Y las descripciones! En cuanto a vaciedad, nada hay que se les pueda comparar; no son más que superposiciones de imágenes de catálogo, de las que el autor se sirve sin limitación alguna, y aprovecha la ocasión para poner bajo mi vista sus tarjetas postales, buscando que juntamente con él fije mi atención en los lugares comunes que me ofrece: La pequeña estancia a la que hicieron pasar al joven tenía las paredes cubiertas de papel amarillo; en las ventanas había geranios y estaban cubiertas con cortinillas de muselina, el sol poniente lo iluminaba todo con su luz cruda. En la habitación no había nada digno de ser destacado. Los muebles de madera blanca eran muy viejos. Un diván de alto respaldo inclinado, ante el diván una mesa de tablero ovalado, un lavabo y un espejo adosados a un entrepaño, unas cuantas sillas arrimadas a las paredes, dos o tres grabados sin valor que representaban a unas señoritas alemanas con pájaros en las manos... A eso se reducía el mobiliario.(1)
No estoy dispuesto a admitir que la inteligencia se ocupe, siquiera de paso, de semejantes temas. Habrá quien diga que esta parvularia descripción está en el lugar que le corresponde, y que en este punto de la obra el autor tenía sus razones para atormentarme. Pero no por eso dejó de perder el tiempo, porque yo en ningún momento he penetrado en tal estancia. La pereza, la fatiga de los demás no me atraen. Creo que la continuidad de la vida ofrece altibajos demasiado contrastados para que mis minutos de depresión y de debilidad tengan el mismo valor que mis mejores minutos. Quiero que la gente se calle tan pronto deje de sentir. Y quede bien claro que no ataco la falta de originalidad por la falta de originalidad. Me he limitado a decir que no dejo constancia de los momentos nulos de mi vida, y que me parece indigno que haya hombres que expresen los momentos que a su juicio son nulos. Permitidme que me salte la descripción arriba reproducida, así como muchas otras."

(1) Dostoiewsky: Crimen y castigo.

Marx según Marx

Marx a J. Weydemeyer

...Por lo que a mí se refiere, no me cabe el mérito de haber descubierto la existencia de las clases en la sociedad moderna ni la lucha entre ellas. Mucho antes que yo, algunos historiadores burgueses habían expuesto ya el desarrollo histórico de esta lucha de clases y algunos economistas burgueses la anatomía económica de éstas. Lo que yo he aportado de nuevo ha sido demostrar: 1) que la existencia de las clases sólo va unida a determinadas fases históricas de desarrollo de la producción; 2) que la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado; 3) que esta misma dictadura no es de por sí más que el tránsito hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases...

Londres, 5 de marzo de 1852

Surrealismo II: Imaginación y locura

La publicación del Primer manifiesto surrealista en 1924 expresaba la ruptura del movimiento dadaísta encabezado por el poeta rumano Tristán Tzara. La fuerza creativa de éste se basaba en el grado de comprensión de la crisis política internacional de principios del siglo XX, cuya expresión concentrada fue la Primera Guerra Mundial: la creación entre los escombros. Por ello, el cambio político que significó la revolución bolchevique de 1917 se planteó como un desafío. El Congreso dadaísta internacional de 1920, en París, fue donde se plasmó con más claridad. A continuación, publicamos la segunda parte de aquel primer manifiesto.

"Amada imaginación, lo que más amo en ti es que jamás perdonas.

Únicamente la palabra libertad tiene el poder de exaltarme. Me parece justo y bueno mantener indefinidamente este viejo fanatismo humano. Sin duda alguna, se basa en mi única aspiración legítima. Pese a tantas y tantas desgracias como hemos heredado, es preciso reconocer que se nos ha legado una libertad espiritual suma. A nosotros corresponde utilizarla sabiamente. Reducir la imaginación a la esclavitud, cuando a pesar de todo quedará esclavizada en virtud de aquello que con grosero criterio se denomina felicidad, es despojar a cuanto uno encuentra en lo más hondo de sí mismo del derecho a la suprema justicia. Tan sólo la imaginación me permite llegar a saber lo que puede llegar a ser, y esto basta para mitigar un poco su terrible condena; y esto basta también para que me abandone a ella, sin miedo al engaño (como si pudiéramos engañarnos todavía más). ¿En qué punto comienza la imaginación a ser perniciosa y en qué punto deja de existir la seguridad del espíritu? ¿Para el espíritu, acaso la posibilidad de errar no es sino una contingencia del bien?

Queda la locura, la locura que solemos recluir, como muy bien se ha dicho. Esta locura o la otra... Todos sabemos que los locos son internados en méritos de un reducido número de actos reprobables, y que, en la ausencia de estos actos, su libertad (y la parte visible de su libertad) no sería puesta en tela de juicio. Estoy plenamente dispuesto a reconocer que los locos son, en cierta medida, víctimas de su imaginación, en el sentido que ésta le induce quebrantar ciertas reglas, reglas cuya transgresión define la calidad de loco, lo cual todo ser humano ha de procurar saber por su propio bien. Sin embargo, la profunda indiferencia de los locos dan muestra con respecto a la crítica de que les hacemos objeto, por no hablar ya de las diversas correcciones que les infligimos, permite suponer que su imaginación les proporciona grandes consuelos, que gozan de su delirio lo suficiente para soportar que tan sólo tenga validez para ellos. Y, en realidad, las alucinaciones, las visiones, etcétera, no son una fuente de placer despreciable. La sensualidad más culta goza con ella, y me consta que muchas noches acariciaría con gusto aquella linda mano que, en las últimas páginas de L’Intelligence, de Taine, se entrega a tan curiosas fechorías. Me pasaría la vida entera dedicado a provocar las confidencias de los locos. Son como la gente de escrupulosa honradez, cuya inocencia tan sólo se pude comparar a la mía. Para poder descubrir América, Colón tuvo que iniciar el viaje en compañía de locos. Y ahora podéis ver que aquella locura dio frutos reales y duraderos.
No será el miedo a la locura lo que nos obligue a bajar la bandera de la imaginación."

Voloh VII: La sexta jardinera

Voloh no tenía agua corriente, ni gas natural ni cloacas; y la luz eléctrica provenía de una conexión especial lograda por un acuerdo especial con la gobernación del Chaco. El agua provenía de una serie de pozos realizados en las cercanías, el gas lo obtenían de grandes garrafas industriales instaladas en el sector norte del pueblo, y cada baño tenía un pozo ciego. Aparte de los bungalows donde vivían los habitantes, constaba de un pequeño hospital, una colegio multidisciplinario y un Departamento de Insfraestructura que se encargada del mantenimiento general del lugar. Así mismo, frente al anfiteatro, funcionaba la Alcaldía, desde donde se coordinaba la actividad cotidiana.

El primer día, en el camino de Fortín Aguilar a Voloh, la caravana de jardineras pasó por una larga y estrecha picada de tierra; a sus costados, una inmensa variedad de árboles y arbustos. El Sol abrasaba El impenetrable, era la llamada `hora de la siesta´ y los matungos pretendían cabalgar mientras dormitaban. Dorys, la dama, viajaba en la sexta jardinera. Con ella, junto a quien conducía, iba una mujer de -más menos- su misma edad. Atrás, sentados como podían, iban cinco futuros habitantes más, dos hombres y tres mujeres. Quién más le llamó la atención fue un hombre de unos treinta y pico, cuya altura pasaba los dos metros, vestido con pantalones militares, borceguíes, una remera de Los Redondos y un sombrero de los Bulls. Este hombre sería protagonista de una serie de escandalosos sucesos en el pueblo. Sin embargo, el Errante no lo menciona en las páginas de su diario. La poca información al respecto llegaría hasta las tapas de los diarios provinciales a través de uno de los conductores de la caravana, que también era el encargado de llevar provisiones semanalmente. Según se cuenta en las oficinas de la Fundación Voloh en Buenos Aires, este cosechero venido a proveedor, en la actualidad pasa sus días en alguna isla de Brasil, atendiendo un bar de turistas.

A Dorys le gustaba, le llamaba la atención. Ella no quería abandonar el trajín sexual que traía. Poco después, comprobaría que Voloh le traería sorpresas al respecto. Mientras sonreía pensando en su compañero de viaje, el largo camino estrecho dejó ver la entrada a Voloh. El conductor, fingiendo interés por lo que ocurría, dijo:-Bienvenidos a su nuevo hogar.

Una prolija tranquera envuelta en un arco de grandes ladrillos grises, con un cartel de quebracho que decía Voloh, era el inicio de todo. Las flores autóctonas, amarillentas, le daban aún más un clima apacible. Nadie dijo nada. Nadie quería romper la melodía del tronar de las pisadas de los caballos y el rechinar de los carros.

¿Arte callejero o "Street Art"?



En el Espacio de Arte del Centro Cultural Rojas (Av. Corrientes 2038) puede verse hasta el 31 de agosto una muestra sobre “Street Art” –tal el nombre que los curadores han elegido para titular la exposición.

Ante todo, cabe preguntarse: ¿es lo mismo “arte callejero” que “street art”? No. Lo que algunos llaman street art es sólo una vertiente del arte que podemos ver en las calles. Se trata de expresiones que apuntan a replicar en Bs. As. una estética y una forma de creación que nació en la Nueva York de los `70, con artistas como Keith Haring o Jean-Michel Basquiat, quienes se hicieron muy conocidos por sus novedosas intervenciones callejeras y fueron legitimados por el aval de Andy Warhol, el máximo referente del arte pop.

Basquiat, un afroamericano, impresionó por la síntesis lograda entre expresionismo y cultura popular, que vinculó a su vez con características propias del arte africano, con lo cual supo expresar la estética de la comunidad negra de Brooklyn (NY), de la que él mismo formaba parte. Haring, por su lado, se hizo muy conocido, en sus primeros tiempos, por intervenir con aerosoles, rodillos y pinceles en los túneles y formaciones del subte de Nueva York, en una actividad sistemática que no pocas veces lo llevó tras las rejas.

En los ´80, el eje de esta modalidad artística se trasladó a ciudades como Barcelona y Berlín, y hace unos años (bastantes ya) ha tomado gran impulso en Buenos Aires, que ve en sus paredes y demás superficies del espacio público urbano –como trenes y puentes– un sinfín de expresiones sustentadas en dos técnicas básicas: el stencil y el graffiti. El stencil es la técnica que consiste en aplicar pintura en aerosol sobre una plantilla en la cual previamente se ha calado el dibujo que se pretende lograr, en tanto que el graffiti consiste en la creación de imágenes e inscripciones directamente sobre la pared, también con aerosol.

En la muestra del Rojas pueden verse algunos ejemplos de este tipo de intervenciones, de apreciable calidad desde el punto de vista de la técnica, aunque muy limitados por una falta casi total de significación. Y no sorprende observar esto en el Centro Cultural Rojas, que (al menos en lo que respecta a la plástica) sistemáticamente impulsa las tendencias más superficiales del arte porteño.

En el caso de esta muestra, esta limitación se hace particularmente visible. Ocurre que el arte callejero está fuertemente definido por una realidad: en el 99 por ciento de los casos, su realización es ilegal, y en sí mismo constituye un desafío a la propiedad privada y a la regimentación del espacio público. También –es evidente– suele ser vehículo de expresiones políticas de oposición (el stencil particularmente, es utilizado como una técnica de difusión de consignas y simbolizaciones de tipo político, lo que en Buenos Aires cobró singular relevancia a partir del 2001/02). La muestra del Rojas, sin embargo, soslaya y niega este sentido de buena parte del arte callejero que se basa en el graffiti y el stencil, y opta por referirse exclusivamente a las expresiones más despolitizadas y desprovistas de significado, más allá de lo puramente estético que algunas de ellas puedan aportar. En la inauguración, no pasó desapercibido que quienes daban tono al evento no eran ni bandas de rock ni ninguna otra expresión “alternativa”, sino un par de dee jays provenientes de los boliches más chetos de la ciudad.

No se trata de que este tipo de propuestas no tengan validez: lo que debe combatirse es esta tendencia a ningunear –desde los espacios del arte establecido– el arte comprometido con la realidad, incluso en los territorios donde su presencia es más fuerte, como las calles de la ciudad.

Ernesto Gutiérrez Ezcurra

A 140 años de El Capital: Con Marx y con el socialismo

Con motivo del 140 aniversario de la publicación de El Capital en las últimas semanas distintos medios escritos, independientemente de su orientación ideológica, han dedicado algunas líneas a dicha conmemoración. El diario Perfil (22/07) ha publicado una serie de notas dentro de las cuales se destaca una titulada Marx, contra los marxistas, del filosofo argentino Juan José Sebreli, en la cual se intenta hacer una reivindicación del “Marx teórico” oponiéndolo a aquellos (a los que denomina marxistas) que decidieron retomar su legado y dedicar su vida a la lucha revolucionaria. El siguiente artículo no sólo pretende destacar la vigencia del pensamiento de Marx, sino, también demostrar que por más esfuerzos que hagan los intelectuales de la burguesía dicho pensamiento es indisociable de la lucha por el socialismo.


No es la primera vez en la historia que una vez expirada la vida de aquellos que con valentía y genialidad han cuestionado y enfrentado, las ideas dominantes de su tiempo, luego de haber sido defenestrados, perseguidos y demonizados, se los reivindique en nombre de su aporte a la cultura universal de la humanidad. El caso de Marx es un ejemplo de esto y de cómo se intentó deformar su pensamiento haciendo análisis fragmentarios, unilaterales y parcializados de su obra para hacer de él cualquier cosa menos un revolucionario. Esta tarea ha sido llevada a cabo no sólo por los escribas de la burguesía, cuyas intenciones no hace falta señalar, sino en mayor grado por muchos “izquierdistas” que no dudan en atacar de sectarios a aquellos que defienden la “lucha de clases” y la “dictadura del proletariado”, como si esto nada tendría que ver con lo que dijo Marx. El análisis que Sebreli hace de Marx, en la nota señalada, parece ser una nueva versión de esto.
Como bien señala el filósofo argentino "las deformaciones del estalinismo– engendraron un marxismo doctrinario muy alejado y, en algunos momentos, hasta opuesto al pensamiento vivo de Marx", en realidad se queda corto porque en todo momento el estalinismo fue una negación del pensamiento de Marx. Desde sus construcciones teóricas que nada tenían que ver con la dialéctica materialista (la concepción unilineal de las etapas históricas por las cuales todas la sociedades debían pasar necesariamente hasta llegar al socialismo) hasta las mayores aberraciones políticas (suplantar el internacionalismo proletario por el llamado "socialismo en un sólo país) y criminales (decenas de millones de rusos fueron asesinados durante la dictadura de la burocracia estalinista en los campos de concentración y de trabajo forzado) en nombre del socialismo. Ahora bien, que el llamado "socialismo real" dirigido por Stalin haya cometido semejantes atrocidades en nombre del socialismo de ninguna manera significa que el socialismo nada tenga que ver con Marx como pretende convencernos Sebreli. Y menos aún pretender hacer de Marx como de Lenin dos apologistas del capitalismo. Si, es verdad que Marx elogió, y esto esta nada más y nada menos que en el Manifiesto Comunista, los logros y los avances que había traído a la humanidad la sociedad burguesa, en relación a las formaciones sociales anteriores pero, y en esto consistió su gran tarea científica, a la vez supo ver los límites de esta sociedad, sus contradicciones internas su tendencia a la autodestrucción y el hecho de que la lucha de clase lleva a la dictadura del proletariado, es decir, al socialismo. O casualidad Sebreli se cuida bien de hablar de esto cuando justamente es en El Capital donde Marx, como nadie, vislumbra esa tendencia histórica. Pretender, también, hacer un paralelo entre la NEP que defendía Lenin con la política de restauración capitalista que lleva adelante la burocracia china es no haber entendido, por un lado, que en China se trata justamente de una restauración capitalista, y que en cambio en la URSS de 1921, diezmada por la guerra civil y las invasiones de las “democracias occidentales”, lo que planteaban Lenin y Trotsky con la NEP era desarrollar las bases materiales para avanzar hacia el socialismo, dado que Rusia era un país atrasado, y siempre tuvieron muy en cuenta los peligros que eso conllevaba. Por eso las grandes industrias, así como el comercio exterior y la banca nunca dejaron de estar en manos del Gobierno obrero. La intención no era desarrollar el capitalismo para quedarse ahí sino sentar las bases materiales necesarias, como lo planteó Marx, para avanzar lo mas rápido posible hacia una nueva forma de organización social; este siempre fue el horizonte para estos declarados marxistas. Por otro lado, este proceso fue interrumpido unos cuantos años después de la muerte de Lenin y de una manera brutal ya que Stalin creyó que el capitalismo era el mejor de los mundo posibles y cuando se dio cuenta de que esto no era así, porque los capitalista estaban nuevamente al acecho en la URSS, tomó la decisión de la colectivización forzosa. En cambio Lenin y Trotsky consideraban que el paso a la colectivización debía concretarse de manera gradual, combinar el capitalismo de Estado con las formas de producción socialistas, y a la espera de que la revolución se expandiese internacionalmente, principalmente en Alemania. En ningún momento vieron en el capitalismo la solución a los problemas históricos de Rusia, por el contrario, era sólo una medida transicional y con ciertas particularidades.
En otra parte de su relato Sebreli insiste con acercar las posiciones de Marx con las de la democracia burguesa y nos dice que "a partir del fracaso del movimiento revolucionario europeo de 1848 fue más cauteloso en sus predicciones insurreccionales y su descubrimiento del movimiento obrero inglés lo llevó a pensar en la alternativa de un socialismo de tipo parlamentario, posición que adoptó el último Engels". Aquí el pensamiento unilateral de Sebreli se aleja tanto de las verdaderas posiciones de Marx como la confianza de éste último en las reformas de tipo democrático, sino veamos las conclusiones que el propio Marx (y no el Marx agiornado de Sebreli) sacaba, luego de las derrotas de 1848, en la famosa carta a la Liga Comunista: “Los proletarios han de realizar la mayor parte del trabajo; necesitarán ser concientes de sus intereses de clase y adoptar la posición de un partido independiente. No deben ser apartados de su línea de independencia proletaria por la hipocresía de la pequeña burguesía democrática. Su grito de guerra debe ser: La revolución permanente” (Londres, marzo de1850). Las posibilidades de avanzar en el parlamento eran para el socialismo una política de coyuntura pero que de ninguna manera reemplazaba a la salida revolucionaria. Sebreli no nos trae ninguna interpretación novedosa sobre el pensamiento de Marx, ya el revisionista alemán Bernstein, hace cien años, había planteado lo mismo.
Finalmente, en la última parte del texto nuestro filósofo ya sin tapujos nos revela su intención: "Marx no fue principalmente el ideólogo del proletariado o el predicador del socialismo según la imagen usual; fue ante todo un lúcido analista del sistema capitalista (…) En el momento actual en que el marxismo pasa por su crisis más profunda, es hora de volver a Marx como a un clásico de la ciencia política, la sociología, la historia, la filosofía y sobre todo un precursor de las relaciones interdisciplinarias”. Es decir, podemos leerlo pero jamás tratar de llevar a la práctica lo que el dijo, cómo bien señaló Trotsky en los años 30’, en una polémica similar con el ex comunista inglés Schlamm, “para dar este salto “heroico” no hay necesidad de salir del gabinete de trabajo, ni siquiera de quitarse las pantuflas”. Sebreli, como tantos otros, “redescubre” un Marx separado de la lucha política concreta porque su objetivo es atacar a aquellos que prefieren meter las patas en el lodo de la lucha de clases a quedarse en el mundillo inmaculado de las ideas y de la mera contemplación. Si hay algo que no se le puede endilgar a Marx es que era un hombre que no hacía lo que pensaba. Porque fue el artífce de El Capital, que hoy recordamos pero también fue, junto a otros grandes revolucionarios, el organizador de los obreros alemanes en la emigración, lo que le valió la persecución del Gobierno prusiano y exilio constante; y fue también uno de los fundadores en Londres (1847) de La Liga de los Comunistas, y en 1848 asumió la dirección Asociación obrera de Colonia desde la cual llamó a la huelga general y la resistencia armada contra la burguesía alemana, participando activamente de los disturbios callejeros, hechos por los cuales iba ser procesado y luego absuelto; su incansable lucha por la causa proletaria lo llevó también a ser elegido miembro del comité provisional de la Asociación Internacional de Trabajadores, para la cual redactó los estatutos y un discurso inaugural. Es decir, si bien no pretendemos hacer aquí una enumeración de los hechos más destacado de su actividad política, si queremos remarcar que un análisis sincero y profundo de la vida del autor de El Capital no puede dejar de señalar el vínculo indisociable entre su producción teórica y su actividad política en favor de la causa proletaria. Cómo el ya había señalado en uno de sus escritos de juventud “así como el proletariado encuentra en la filosofía sus armas espirituales, la filosofía encuentra en el proletariado sus armas materiales”. Pensar a Marx sin la lucha de clases y sin el socialismo es no sólo no entender la esencia de su pensamiento, sino, principalmente, un falsificación interesada de los hechos históricos.
Por eso, a 140 años de la obra que cambió para siempre la forma de entender la sociedad en que vivimos y en el momento actual en donde el que realmente pasa por su crisis más profunda es el capitalismo, porque la democracia burguesa lo único que nos ofrece como solución es la guerra y la condena a vivir en la miseria a millones de seres humanos, el pensamiento de Marx así cómo su lucha por imponer una salida socialista a este desastre están más vigentes que nunca.

Surrealismo: El Primer manifiesto

En 1924, en Paris, se publica el Primer Manifiesto surrealista, que presentará formalmente al movimiento artístico del mismo nombre, surgido de las entrañas del dadaísmo, dentro del cual se fue fisonomizando desde el inicio de la década. Escrito por André Breton, el manifiesto encarnará las bases de un movimiento que inicia como un proyecto estrictamente literario pero que luego se desarrollará en otras disciplinas artísticas. Entre los escritores pioneros se encontrarán Paul Éluard, Antonin Artaud, Louis Aragon, Pierre Naville y Phillipe Soupault. Con este último, Breton escribirá el primer texto surrealista, publicado en la revista Littérature en 1920, llamado Los campos mágneticos. Luego, se iran adhiriendo al movimiento -entre otros- André Masson, Joan Miró, Man Ray, Salvador Dalí, Max Ernst y Luis Buñuel. Así como estarán vinculados a él Pablo Picasso y Paul Klee por ejemplo. Publicamos a continuación la primera parte de este manifiesto.


“Tanto de fe en la vida, en la vida en su aspecto mas precario, en la vida real naturalmente, que al fin esta fe acaba por desaparecer. El hombre, soñador sin remedio al sentirse de día en día mas descontento con su sino, examinar con dolor los objetos que le han enseñado a utilizar, y que ha obtenido a través de su indiferencia o de su interés, casi siempre a través de su interés, ya que ha consentido someterse al trabajo, o por lo menos no se ha negado a aprovechar las oportunidades…. ¡Lo que el llama oportunidades!. Cuando llega este momento, el hombre es profundamente modesto: sabe como son las mujeres que ha poseído, sabe como fueran las risibles aventuras que emprendió, la riqueza y la pobreza nada le importan, y en este aspecto vuelve a ser como un niño recién nacido; y en cuanto se refiere a la aprobación de su conciencia moral, reconozco que puede prescindir de ella sin grandes dificultades. Si le queda un poco de lucidez, no tiene mas remedio que dirigir la vista hacia atrás, hacia su infancia que siempre le parecerá maravillosa, por mucho que los cuidados de sus educadores la hayan destrozado. En la infancia, la ausencia de toda norma conocida ofrece al hombre la perspectiva de múltiples vidas vividas al mismo tiempo; el hombre hace suya esta ilusión, solo le interesa la facilidad momentánea, extremada, que todas las cosas ofrecen. Todas las mañanas, los niños inician su camino sin inquietudes. Todo está al alcance de la mano, las peores circunstancias parecen excelentes. Luzca el sol o este negro el cielo, siempre seguiremos adelante jamás dormiremos.
Pero no se llega muy lejos a lo largo de este camino; y no se trata solamente de una cuestión de distancia. Las amenazas se acumulan, se cede, se renuncia a una parte del terreno que se debía conquistar. Aquella imaginación que no reconocía limite alguno, ya no puede ejercerse sino dentro de los limites fijados por las leyes de un utilitarismo convencional; la imaginación no puede cumplir mucho tiempo esta función subordinada, y cuando alcanza aproximadamente la edad de veinte años prefiere, por lo general, abandonar al hombre a su destino de tinieblas.
Pero si mas tarde el hombre, fuere por lo que fuere, intenta enmendarse al sentir que poco van desapareciendo todas las razones para vivir, al ver que se ha convertido en un ser incapaz de estar a la altura de una situación excepcional, cual la del amor, difícilmente lograra su propósito.

Y ello es así por cuanto el hombre se ha entregado en cuerpo y alma al imperio de unas necesidades prácticas que no toleran el olvido. Todos sus actos carecerán de altura; todas sus ideas, de profundidad. De todo cuanto le ocurra o cuanto pueda llegar a ocurrirle, solamente verá aquel aspecto del acontecimiento que lo liga a una multitud de acontecimientos parecidos, acontecimientos en los que no ha tomado parte, acontecimientos que se ha perdido. Más aun, juzgará cuanto le ocurra o pueda ocurrirle poniéndolo en relación con uno de aquellos acontecimientos últimos, cuyas consecuencias sean más tranquilizadoras que las de los demás. Bajo ningún pretexto sabrá percibir su salvación.”

Semana 31: "Pancho Villa, Bergman, Fontanarrosa, Harry potter y Fidel Castro" x Ernan