El arte y la revolución social (2 de 4)

El arte revolucionario

Dijimos que el concepto de arte se ha ido transformando a lo largo de la historia, y ha ido ganando en autonomía respecto de los condicionamientos político-sociales. Debido a esto es válido decir que el arte no sólo es un hecho social por el origen social de la materia de sus contenidos, sino, y sobre todo, por su oposición a la sociedad en la cual está inmerso, oposición que adquiere sólo cuando se hace autónomo.1
Esta idea general ha llevado a pensadores como Lukàcs a plantear una similitud entre las leyes del arte con las de la ciencia (en tanto reflejo de lo real) y con las de la política revolucionaria (en tanto crítica de lo social). En su obra Problemas del realismo dice:

“La unidad de la obra de arte, es pues, el reflejo del proceso de la vida en su movimiento y en su concreta conexión animada. Por supuesto, este objetivo se lo propone también la ciencia [...] Del mismo modo que en el proceso del reflejo de la realidad por el pensamiento las categorías expresan las leyes más generales y las más alejadas de la superficie del mundo de los fenómenos, de la percepción, etc., o sea las más abstractas, tanto de la naturaleza como del hombre, así ocurre también con las formas del arte".2

Para Lukàcs las formas del arte deben reflejar la objetividad de lo real al igual que la ciencia; debe ser “el reflejo animado y vivo de la época”, y para esto debe darse una unidad indisoluble entre forma y contenido, ambos deben coincidir. Es decir que habrá ciertas formas artísticas que son adecuadas para determinados contenidos.
La forma, dirá, no es otra cosa que la suprema abstracción, la suprema modalidad de la condensación del contenido y de la agudización extrema de sus determinaciones; no es más que el establecimiento de las proporciones justas entre las diversas determinaciones y el establecimiento de la jerarquía de la importancia entre las diversas contradicciones de la vida reflejadas por el arte.3 O sea, que la plasmación de la forma artística resulta de la naturaleza del tema y de la materia misma.
Un ejemplo de creación artística que se adecuaría a este esquema es Pè re Goriot, la obra de Balzac, por el hecho de que permite, según Lukàcs, comprender los rasgos típicos del carácter contradictorio de la sociedad burguesa al llevar dichas contradicciones, con una consecuencia despiadada, hasta el extremo. Es decir, ha logrado de esta manera reflejar su época de modo artísticamente adecuado, vivo y completo.4 Es en este sentido que la obra de arte contemporánea que se precie de innovadora, nueva, revolucionaria no podrá sino reflejar los acontecimientos históricos de la época actual. Época signada por la decadencia de la sociedad burguesa, la revolución social y la lucha por el socialismo. En tanto crítica de la sociedad presente deberá tomar partido por el socialismo y cumplir así un rol propagandístico:

“El material de la obra de arte debe ser agrupado y ordenado deliberadamente por el artista en vista de dicho fin, en el sentido del partidismo [...] El socialismo realista se propone como misión fundamental la plasmación del devenir y el desarrollo del hombre nuevo [..] Y la teoría marxista del arte ha de dar, si no quiere permanecer a la zaga del movimiento social, los primeros pasos indicadores del camino en la superación teórica del subjetivismo burgués de cualquier matiz”.5

Sin embargo, esta idea de una unidad indisoluble entre forma y contenido, como expresión artística de la realidad, es cuestionable por un hecho concreto, y es que la expresión y la recepción de un mismo contenido varían de arte en arte, de tendencia a tendencia, de obra a obra, de individuo a individuo. En otras palabras, un contenido puede tener formas muy variadas y una forma puede entrañar diversos contenidos. Por ejemplo: la reacción contra la Primera Guerra Mundial, artísticamente hablando, se manifestó en el dadaísmo, expresionismo, cubismo y surrealismo. Diferentes formas para un mismo contenido. Más aún: el expresionismo como forma particular expresó igualmente diferentes contenidos ideológicos.6
Por eso decimos que el reflejo de lo social en el arte no consiste en la elección de un determinado contenido sino en el hecho de que en sí mismo el sujeto artístico es social y no privado. Es claro que el arte no puede ser lo mismo que la ciencia porque no es mero reflejo objetivo de lo real, ya que el artista selecciona, opta, interpreta, no nos brinda la realidad crudamente sino mediada por sus propias experiencias, ideas, sentimientos, sus intereses; lo objetivo y lo subjetivo se funden en él. La creación artística es una alteración, una deformación, una transformación de la realidad según la leyes particulares del arte. Por lo tanto, hay que ocuparse del arte en tanto que arte, es decir, en tanto que sector enteramente específico de la actividad humana. Adorno, en oposición a Lukàcs, toma esta postura cuando dice que:

“El arte no se convierte en social por una colectivización forzada o por la elección del tema [...] las luchas sociales, las relaciones entre las clases quedan impresas en la estructura de la obra de arte. Las posiciones políticas en cambio que ellas pueden adoptar son sólo epifenómenos que sirven normalmente como un impedimento para su estructuración y finalmente para su verdad social”7

No se trata aquí en absoluto de juzgar a un artista por las ideas políticas y sentimientos que expresa. Sino que es sólo la manera de expresarlos lo que le hace ser artista. Por lo contrario, cuando Lukàcs juzga la obra de Balzac lo que sencillamente hace es borrar a Pè re Goriot del terreno del arte y transformar inmediatamente la obra en un simple documento histórico. Esta concepción llevará a Lukàcs a condenar el arte de vanguardia y a rechazar por completo su carácter de protesta, porque esa protesta es abstracta, carente de perspectiva histórica y ciega para las fuerzas que luchan contra el capitalismo.
El arte de vanguardia, sin embargo, nace como una de las expresiones más contestatarias frente a la Primera Guerra Mundial. Desde el principio, el arte vanguardista adquiere una impronta provocadora contra lo antiguo, lo naturalista o lo que se relacionara con el arte burgués. Todas las primeras manifestaciones de estos vanguardismos están repletas de actos y gestos de impacto social, como expresión de un profundo rechazo a la llamada cultura burguesa. La Primera Guerra, como expresión del afán imperialista y del profundo fracaso de esa burguesía por conseguir la paz, será el período en que, junto a actitudes diversas de rechazo a la guerra, afloren todas estas manifestaciones artísticas extraordinarias con una versatilidad y agilidad desconocidas hasta entonces. Los llamados ismos se sucederán uno tras otro. No es ninguna casualidad que el surgimiento de los vanguardismos artísticos y literarios esté relacionado íntimamente con el periodo de mayor intensidad social, ideológica, en definitiva histórica, del siglo XX: el periodo que va desde la Primera Guerra del 14 al inicio de la Segunda en 1939.8
Pero el rechazo de Lukàcs no se explica solo por una decisión meramente política sino que tiene todo un trasfondo filosófico-metodológico que lo aleja del materialismo histórico. Como señala Peter Bürger en Teoría de la vanguardia9, podemos ver que en realidad el problema radica en que su concepción no rompe del todo con Hegel y acepta algunos momentos esenciales de la concepción hegeliana. En su obra, la confrontación hegeliana de arte clásico y romántico se convierte en el contraste entre arte realista y arte vanguardista. Lukàcs traslada la crítica hegeliana del arte romántico al fenómeno de la decadencia históricamente necesaria del arte de vanguardia y hace lo mismo con la idea de Hegel, según la cual, la obra de arte orgánica constituye un tipo de perfección absoluta, sólo que la ve más realizada en las grandes novelas realistas de Goethe, Balzac y Stendhal que en el arte griego.
Adorno, en cambio, intenta pensar radicalmente la historización de la formas artísticas emprendida por Hegel, esto es, trata de evitar el conceder primacía sobre los demás a cualquiera de los tipos de dialéctica entre forma y contenido aparecidos en la historia. Es así que, su posición lo lleva a valorar al arte de vanguardia como expresión genuinamente artística ya que hace lo que debe hacer el arte: revolucionar sus formas y manifestarse como crítica de lo establecido. Es decir, la forma es lo que hará al arte revolucionario e innovador, independientemente de si el contenido político que exprese lo sea. Si no quiere ir en detrimento propio, el arte no podrá soportar ningún tipo de orden o dirección. Como dice Trotsky, desde el punto de vista general el hombre expresa en el arte la exigencia de armonía y de plenitud de la existencia, es decir, de los bienes más preciosos que le niega la sociedad de clases. Por ello toda obra de arte auténtica implica una protesta contra la realidad, protesta conciente o inconciente, activa o pasiva, optimista o pesimista. Cada corriente artística nueva comienza con la rebelión.10


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1. Ibídem, pp. 296, ed. cit.
2. Georg Lukàcs, Problemas del realismo, pp. 22-23, FCM, México-Bs. As..
3. Ibídem, pp. 35-36, ed. cit.
4. Ibídem, pp. 34, ed. cit.
5. Ibídem, pp. 53-54, ed. cit.
6. León Trotsky, Sobre arte y cultura, pp-88-89, ed. cit.
7. Theodor Adorno, Teoría estética, pp. 302 , ed . cit.
8. http://thales.cica.es/rd/Recursos/rd99/ed99-0055-01/ed99-0055-01.html
9. Peter Bürger, Teoría de la vanguardia, cap. 1, pp. 153-154, ed. cit.
10. León Trotsky, Sobre arte y cultura, pp. 89-90,
ed. cit.
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1 comentarios:

Javier dijo...

Muy interesante tu post. Aunque yo creo que la forma, asi como las reglas del arte, son indisociables de las normativas que la sociedad impone. Los camps culturales se generan a partir de reglas en las que intervienen muchos agentes sociales: pintores, museos, galerias, gurus, en fin, dependiendo de la disciplina. Muy buen articulo. Un saludo