Romana

"El silencio de cementerio no es más que el eco de lágrimas en una habitación descascarada, que maquillada con libros húmedos y maullidos solitarios, pretendió ser nido, bunker, telo..."


Un compinche de algunos años de la adolescencia decía que las pastillas no hacían mal porque eran "remedios". Cuando lo hacía solo atinaba a sonreír, tomándolo como de quién venía. Con el tiempo aprendí que las cosas no hacían "mal o bien" por definición, sino que el vértigo con que nuestro espíritu deambula es lo que marca que hace "mal o bien". Sin embargo, en tiempos donde las masas aún amorfas pretenden que cajas de cartón y papeles manchados cambien sus destinos, las cajas y papeles que otro compinche de los mismos años encendía -obsesivamente- durante nuestras noches de vagancia, se tornan como una dulce melodía de rebelión.

Estos días invernales pienso en él y en ellos, esa turba melancólica e inconciente con la que matabamos horas de dolor; pienso en ellos porque, al pasar los años, comprobé que sus toscas maneras de reír, llorar, gritar, silenciar, eran semillas del fuego que prepararon a una parte de mi generación para el porvenir. Otra, que bajó su cabeza y se perdió entre la música de la radio, se ha criado incapaz...con ella solo caminé unos kilómetros del sendero, más por contradicción que por sumisión; la otra parte, aquella de los`90, se fueron también.

Las pastillas, del abuelo, del hijo del farmaceútico, del sidoso cagón, hacen mal o bien. Y a nadie le importaba ni le importa. Solo yo uso recuerdos lejanos para ahogar recuerdos más recientes, esos donde fantaseaba terminar mis días en una quinta de General Rodríguez, bajo un paraíso, tomando y fumando, sereno y satisfecho...

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