Voloh II: El Señor Hill

El Señor Hill trabajaba desde su adolescencia en la Fundación Voloh. Dicen que había iniciado su carrera como cafetero en una de las empresas del Holding, pero con su particular permeabilidad a las directivas, su espíritu de cuerpo y su sonrisa, se había convertido en la mayor promesa. El Pueblo en pie era la muestra del acierto de ponerlo al frente de un proyecto de 40.000.000 de yuanes.

Aquel Pueblo, donde sus habitantes empezaban sus labores al atardecer y se dormían con la aurora de coro, funcionaba. Y fue en el Planetario, el día de la selección de habitantes, donde se definió en un 70% el futuro del proyecto, y por supuesto que esté más cerca de un nuevo ascenso.

A la selección llegó a las 18 horas, en su Dacia blanco. Abrió los caballetes, colocó la madera que hacía de mesa y pegó con cinta de embalar el cartel de papel: "Voloh, pueblo experimental. Se seleccionan habitantes". Luego se sentó en una reposera, birome en mano.

La dama, de jeans ajustados, botas negras a lunares blancos y una remera rosa, fue la primera en llegar. Con poco perfume, por recomendación de su profesor de tenis, se presentó impaciente:- Buenas tardes. Vengo por el aviso. El Señor Hill no pudo evitar mirarla de arriba a abajo, lo que a ella le pareció una eternidad. Después le preguntó su nombre. Ella pidió que le repiteran la pregunta, una fragancia conocida la había distraído: a los lejos se acercaban charlando afectuosamente el ciego y la flor, que exageraba el movimiento de sus pétalos lechosos para agradecerle al hombre de lentes oscuros.

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