Deida greca

Despertar con un gato caminando en mi cabeza no despeja el sopor dominguero. Más si descubro que la poca coca quedó afuera
y está caliente.
Echar al gato para volver a dormir tampoco resulta.


Despertar una y otra vez durante el día no me sirvió. Fue entonces que salí de mi casa en pijama para combatir el dolor de mi cuello, aquel que ya me había abandonado. Miré el horizonte, botella en mano, y entré a escribirles, pacientes lectores.

Mujeres viejas, deseos acongojados, un gran amor, saturaron mi pantalla. Nada importó más que aquellas que me encadenaron a mi condena. Que con defensas bajas y juegos adolescentes me robaron una sonrisa y me regalaron un poco de ego.

El dolor de cuello no cesó. Mi cabeza disfruta. No quiere que termine el horizonte, presente, deseado, entre banderas rojas y sonidos páez. Porque cuando termine tendré que regresar a casa, con el gato y la cucharacha que desde hace días espera en la cocina un funeral.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Ah! la depressión ...solo es buena si serve para a (buena) literatura!
;-)
Y es lo que leio:
Este texto es el caso;-)
A todos una óptima semana!
Meg

Lily dijo...

Mera realidad, si esas palabras hacen pensar e imaginar y asi miles de libros........se haran....
muy bueno..........