Voloh IV: La flor

Al bajar del tren, en el villorio más cercano al pueblo, recién pudieron verse las caras con detenimiento quienes serían los habitantes de Voloh. El errante, matemático recibido, cuenta en su diario que no pudo evitar averiguar la cantidad: cuarenta y ocho. Y que le sorprendió la variedad de ropas, razas y edades de quiénes habían firmado un contrato por quince años sin claúsula de rescisión. La flor se destacó entre todos ellos.

La mujer de pétalos perfumados, veinteañera ex anfitriona de Vermeer, el día de la selección había anunciado sus gustos al llegar cargando una inmensa y colorida mochila. Cansada y con restos de hierba, vestía una remera amarilla a rayas violetas horizontales, una cortisima pollera negra que dejaba ver sus contoneadas piernas y unas zapatillas de moda. Su All stars pinceladas con estrofas de Marley combinarían perfectamente con el suelo húmedo del Chaco, por lo menos así le pareció al señor Hill cuando la atendió.

Fascinaba tanto con su presencia que, con galantería, el ciego dejó su nombre flotando en la laguna y la dejó avanzar primero. Tiempo después, ya en la esquina principal de Voloh, algunos testigos del hecho decían risueños que fue el miedo a la mirada de Hill lo que explicaba la acción.

El señor Hill le preguntó porque no trabajaba ya en la galería. Ella solo repitió lo que había dicho mil veces frente al espejo de su pensión de Once: El negocio del arte no es para mí, la vanguardia morirá de hambre mientras el dinero le ponga valor a las emociones hechas arte. Entumecido, el seleccionador fingió interés por esos principios ideólogicos para disimular sus ganas de penetrar a la joven artista. Ella, desesperada por ser diferente, ni siquiera preguntó algo que mostrara cierta resistencia al porvenir. Solo se sentó en el césped junto a la dama.

El ciego miró la difusa sombra del señor Hill y volvió a presentarse:- Carlos Fuentes Hirsh.

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