Voloh VII: La sexta jardinera

Voloh no tenía agua corriente, ni gas natural ni cloacas; y la luz eléctrica provenía de una conexión especial lograda por un acuerdo especial con la gobernación del Chaco. El agua provenía de una serie de pozos realizados en las cercanías, el gas lo obtenían de grandes garrafas industriales instaladas en el sector norte del pueblo, y cada baño tenía un pozo ciego. Aparte de los bungalows donde vivían los habitantes, constaba de un pequeño hospital, una colegio multidisciplinario y un Departamento de Insfraestructura que se encargada del mantenimiento general del lugar. Así mismo, frente al anfiteatro, funcionaba la Alcaldía, desde donde se coordinaba la actividad cotidiana.

El primer día, en el camino de Fortín Aguilar a Voloh, la caravana de jardineras pasó por una larga y estrecha picada de tierra; a sus costados, una inmensa variedad de árboles y arbustos. El Sol abrasaba El impenetrable, era la llamada `hora de la siesta´ y los matungos pretendían cabalgar mientras dormitaban. Dorys, la dama, viajaba en la sexta jardinera. Con ella, junto a quien conducía, iba una mujer de -más menos- su misma edad. Atrás, sentados como podían, iban cinco futuros habitantes más, dos hombres y tres mujeres. Quién más le llamó la atención fue un hombre de unos treinta y pico, cuya altura pasaba los dos metros, vestido con pantalones militares, borceguíes, una remera de Los Redondos y un sombrero de los Bulls. Este hombre sería protagonista de una serie de escandalosos sucesos en el pueblo. Sin embargo, el Errante no lo menciona en las páginas de su diario. La poca información al respecto llegaría hasta las tapas de los diarios provinciales a través de uno de los conductores de la caravana, que también era el encargado de llevar provisiones semanalmente. Según se cuenta en las oficinas de la Fundación Voloh en Buenos Aires, este cosechero venido a proveedor, en la actualidad pasa sus días en alguna isla de Brasil, atendiendo un bar de turistas.

A Dorys le gustaba, le llamaba la atención. Ella no quería abandonar el trajín sexual que traía. Poco después, comprobaría que Voloh le traería sorpresas al respecto. Mientras sonreía pensando en su compañero de viaje, el largo camino estrecho dejó ver la entrada a Voloh. El conductor, fingiendo interés por lo que ocurría, dijo:-Bienvenidos a su nuevo hogar.

Una prolija tranquera envuelta en un arco de grandes ladrillos grises, con un cartel de quebracho que decía Voloh, era el inicio de todo. Las flores autóctonas, amarillentas, le daban aún más un clima apacible. Nadie dijo nada. Nadie quería romper la melodía del tronar de las pisadas de los caballos y el rechinar de los carros.

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