Voloh VI:La jardinera

Voloh no era más que unas ochenta hectáreas de tierra limpia, bordeadas por un pantano, en medio de la frondosa vegetación de El impenetrable. Allí se alzaban unas decenas de construcciones esparcidas anárquicamente, con esquinas irregulares y sinuosos senderos empedrados. En el centro, se erigía luminoso un anfiteatro. Según cuenta el diario del errante, la mansedumbre con que sus habitantes deambulaban cuando caía la noche era inigualable, y la referencia inevitable pasaba por él. En cada rincón donde álguien reía o lloraba sin disimularlo, el fin último era sentarse en el escalón más alto de esa construcción hecha de mármol y piedras para que álguien corriera a consolarlo.

El errante llenó la primera página de su diario en el viaje final a Voloh. En ella él inmortalizó a sus compañeros de la jardinera que lo transportaba, la tercera de la caravana formada aquél mediodía. Atrás habían quedado la clases dictadas en la UBA y la cocaína escondida en sus bolsillos. Dicen que, en medio del festejo por el primer aniversario del pueblo, contó por qué había llegado allí: pretendía que las crónicas de esta experiencia le hagan olvidar a su amante, peruana como él, criada en un circo, afecta a las anfetaminas y medio ninfómana.

Según cuenta, en la jardinera se sentaron siete personas: la flor y una mujer negra junto al conductor, hombre morocho que aparentaba unos setenta años; el ciego, el errante y dos hombres pequeños detrás, sentados sobre unas bolsas de arpillera.

El sopor silencioso del Chaco habría durado hasta que un brusco salto del vehículo los despabiló. Sería entonces que el viejo hombre de campo habría preguntado:- ¿Pá cuando vuelven ustedé a buenosaire? Y que Hirsh contestó que se quedarían por mucho tiempo; para luego presentarse ante todos los viajeros –Carlos, intelectual. Uno a uno se vieron entonces obligados a presentarse.

Además del errante, que se presentó como “Jonás, matemático y astrónomo”, dijeron sus nombres la flor, “Dalia, artista”; la mujer negra que dijo llamarse Ema y ser cocinera (tiempo después, mientras tenía sexo con uno de los compañeros de ese viaje, confesó que se llamaba Emerlinda y haber sido prostituta pero le daba verguenza) y el conductor, “Almirón, paraguayo”. Los pequeños de sombreros de paja y barrigas prominentes callaron. El errante les dedicaba en su diario varias paginas: durante mucho tiempo nadie supo como se llamaban. El humor de Voloh los bautizó entonces como Horacio y Hugo, en recuerdo de los hermanos Conzi, que llenaron paginas policiales por un resonante “hecho de sangre” (como decía Jonás).

La curiosidad, a Dalia -la flor de pechos tumultuosos- no le dio respiro durante muchos meses.

Cincuenta años con El Eternauta, treinta sin Oesterheld

Me resulta curioso observar que no soy el único que, el 9 de julio último, asoció la nevada en Buenos Aires con aquella otra que da inicio a la narración de El Eternauta, historieta que este año celebra medio siglo de su publicación.
Ese lunes la nevada pudo alcanzar –configurando un rarísimo cuadro– la mismísima figura de Juan Salvo, personaje principal de El Eternauta, que desde una serie de gigantografías ubicadas en los jardines de la Biblioteca Nacional se presentaba como testigo de ese raro fenómeno meteorológico que muchos queremos interpretar como un homenaje natural a la figura del escritor, guionista, editor y militante que fue Héctor Germán Oesterheld, secuestrado en 1977 y desaparecido desde entonces, hace ya treinta años.
Treinta años sin Oesterheld, cincuenta con El Eternauta: esa es la conjunción de aniversarios que desde la contundencia que dan las décadas ha impulsado una serie de muestras y homenajes, entre los cuales destaca una abarcativa exposición que se puede ver en diversos espacios de la Biblioteca Nacional (desde la Plaza del Lector hasta varias salas y el auditorio). Allí se ofrecen obras alusivas a la obra de Oesterheld, de artistas tales como Carlos Gorriarena, Martín Kovensky, Marcia Schvartz, Carlos Nine y muchos otros, incluido Francisco Solano López, cuyas tintas dieron cuerpo a esa historia emblemática, inquietante (sin duda, la obra del género historieta más importante en nuestro país) que es El Eternauta. Para esta exposición, el mismo Solano López dibujó, con guión de Juan Sasturain, una suerte de continuación de aquella historia, a modo de homenaje (la ofrecemos a los lectores de Culturamma a continuación de esta nota).
También –muy importante–, la exposición en la Biblioteca ofrece una muestra de las diversas publicaciones donde HGO trabajó (e incluso creó), tales como Misterix, Hora Cero y Frontera, entre muchas otras en las cuales el autor puso en juego su habilidad para desarrollar historias de gran calidad narrativa, que contribuyeron a superar muchas de las limitaciones del género. La periodista Judith Gociol, coautora de una interesante biografía titulada Oesterheld. Rey de reyes, apunta algunos aportes del autor: “El héroe colectivo, la localización en una geografía concreta y reconocible, y sus argumentos que van más allá del maniqueísmo de héroes buenos, justos y triunfadores”... Oesterheld era ni más ni menos que un narrador, “que eligió ese formato (la historieta) porque confiaba en él como un vehículo de comunicación de enorme alcance popular”.
Sería interesante analizar la obra de HGO en un paralelo con el desarrollo de su pensamiento político, que lo llevó a fundir su creación artística con su militancia política, en la organización Montoneros. Pero es un análisis (artístico y político) que escapa a los alcances de estas líneas, lamentablemente. Sólo podemos acercar la imagen de un guionista que, aun en la clandestinidad, en los inicios de la dictadura, en un refugio en el Tigre y dictando sus narraciones desde teléfonos públicos, seguía peleando por la transformación social y creyendo en su arte como uno de los instrumentos para lograrla.
Se presume que Oesterheld fue detenido en La Plata el 29 de abril de 1977. Desde ese momento, él y sus cuatro hijas –Beatriz, Estela, Marina y Diana– permanecen desaparecidos.
Nieva en Buenos Aires. Cuidado: treinta, cincuenta años después, el enemigo sigue aquí.

Ernesto Gutiérrez Ezcurra







Voloh V: El ciego

El mediodia del villorio reflejado en sus polvorientas calles atemorizaron a más de uno. Cuando se encontraban algunas miradas de los futuros habitantes de Voloh, intentaban encontrar el voto de confianza del señor Hill, aquellas promesas de armonía. Las siete jardineras y sus catorce caballos de raza indefinida, detenidas frente a la supuesta estación de tren, los esperaban para lo que debían convencerse que sería su hogar por varios años. Al sentarse junto al chauffer de los matungos, el ciego sonrió satisfecho de una nueva experiencia que le regalaba su porvenir. Hasta ahora, nadie había descubierto que solo las sombras lo acompañaban.

Camino al Planetario, el embotellamiento lo detuvo junto a una camioneta municipal. Displicente, no pudo evitar divisar como su chofer bajaba violentamente a una joven humedecida por el agua de las bolsas de gramilla. Galante, enamorado de sus colores chillones, la invitó a subir. El remisero miró de reojo y ocultó su billetera.

El señor Hill le preguntó en la entrevista porque quería ser un habitante del pueblo. Miró el sol y sonrió: Nada me ata a este mundo, una nueva vida sera mi oportunidad de mostrar todos mis talentos. El hombre que cubría sus miedos con los ajenos pensó cuales serían los talentos del hombre de gafas. El ciego acomodó su campera de corderoid y afirmó: Mis talentos son multifacéticos. El papel que sea necesario estoy dispuesto a cumplir. Hill repitió en su cabeza: Compro, compro dice el corazon de este tipo. Luego anotó su nombre en la lista.

El hombre que decía ver dijo entonces que ponía condiciones para ir. La sorpresa de las mujeres sentadas cerca no fue más que una mueca. Carlos Fuentes Hirsh estaba cansado de paliar sus errores con fuegos de artificio. El departamento que debía abandonar lo había convencido de entrar a Voloh…y sus sueños de un nueva vida donde los horarios no existieran. Pidió una departamento con vista al río. Hill lo invito a sentarse en el césped.

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Retratos Urbanos VII



Voloh IV: La flor

Al bajar del tren, en el villorio más cercano al pueblo, recién pudieron verse las caras con detenimiento quienes serían los habitantes de Voloh. El errante, matemático recibido, cuenta en su diario que no pudo evitar averiguar la cantidad: cuarenta y ocho. Y que le sorprendió la variedad de ropas, razas y edades de quiénes habían firmado un contrato por quince años sin claúsula de rescisión. La flor se destacó entre todos ellos.

La mujer de pétalos perfumados, veinteañera ex anfitriona de Vermeer, el día de la selección había anunciado sus gustos al llegar cargando una inmensa y colorida mochila. Cansada y con restos de hierba, vestía una remera amarilla a rayas violetas horizontales, una cortisima pollera negra que dejaba ver sus contoneadas piernas y unas zapatillas de moda. Su All stars pinceladas con estrofas de Marley combinarían perfectamente con el suelo húmedo del Chaco, por lo menos así le pareció al señor Hill cuando la atendió.

Fascinaba tanto con su presencia que, con galantería, el ciego dejó su nombre flotando en la laguna y la dejó avanzar primero. Tiempo después, ya en la esquina principal de Voloh, algunos testigos del hecho decían risueños que fue el miedo a la mirada de Hill lo que explicaba la acción.

El señor Hill le preguntó porque no trabajaba ya en la galería. Ella solo repitió lo que había dicho mil veces frente al espejo de su pensión de Once: El negocio del arte no es para mí, la vanguardia morirá de hambre mientras el dinero le ponga valor a las emociones hechas arte. Entumecido, el seleccionador fingió interés por esos principios ideólogicos para disimular sus ganas de penetrar a la joven artista. Ella, desesperada por ser diferente, ni siquiera preguntó algo que mostrara cierta resistencia al porvenir. Solo se sentó en el césped junto a la dama.

El ciego miró la difusa sombra del señor Hill y volvió a presentarse:- Carlos Fuentes Hirsh.

Baches, algo así como una balada parasitaria....

Hubo un tiempo en que el vértigo merecía mis velas. Años atrás, caminar lentamente para no perder la velocidad de los acontecimientos, de esa especie de ruleta rusa emotiva, me provocaban mucho placer. Pero, como dijeron muchos antes de mí, el tiempo es implacable. Ahora me aburre, y no porque los nuevos amantes del vértigo, o que fingen serlo, me hayan dejado en orsai, sino porque la inestabilidad, moneda de decenas de habitantes, me lacera la carne, mucho. Y estos no son tiempos ni tengo tiempo para seguir prendiendo velas ni abriendo venas de fantasmas.
Los que predicaron amor u servilismo, lo que carajearon oficiales, los que se visten de metodistas, los que reniegan de ser tunantes, los niños con aura de estrella, todos ellos, todas ellas, me han dejado vacío. De nuevo el implacable tiempo es el que hará un diagnóstico de esta farsa. Y nuevamente, en ciclo maya, erecto, seguiré.
Anoche, detenerme en el bullicio a escuchar a un perro pudo haberme sorprendido, pero no fue así. Tanta pena, propia y ajena, no me pareció algo irreal, me pareció patéticamente insulso, como esa mirada que esconde. Anoche, extrañar a uno de pasos cansinos que delatan pedantería, tampoco me sorprendió. Mascullé bronca por su estupidez. Otra estrella que brilla.
Anoche, olvidar al resto para ver lo inestable del asunto, me dolió. Pero, este hombre que se jacta de su inteligencia, terminó de comprender. Algunos beben de lo que tienen a mano, otros gimen pretendiendo algún elixir que sacie sus entrañas.
Y esto es una mierda. A tí, lejano e imprudente lector, no le queda claro que tengo para decir. Si dejo de pensar simplemente putearía, mucho. No me interesa un hombre que putea, tampoco uno que es puteado. Por eso no juzgo a quién degüella a su familia con tramontina, a quién incendia su casa bidón en mano, a quién apuñala por la espalda en alguna callejuela mal iluminada. No los juzgo, sus cejas enfermas tienen razón de ser. Sin embargo, tampoco me interesa el hombre que putea desde su carabina.
Durante años me vestí con ropas de feria, con ellas combatí el frío. Pero ahora, que me han quedado chicas, dudo en sacarmela. Este crudo invierno me desafía a hacerlo, pero mi pecho no tiene el suficiente vello para caminar hasta la próxima feria.
Y sigo sin explicarme. Y sigo fantaseando. Adiós.

Sinfonía de tango

Tirada aquí en la catrera del bulín arrabalero, siento desde mis adentros que estoy remetida contigo, tanguero loco. Te deseo apasionadamente, locamente. Quiero hacer el amor contigo a cada rato, siempre, en continuado, entre mate y mate, mientras transcurre la tarde en este conventillo boquense, y nos envuelven los acordes de Pugliese, Troilo, D´Arienzo que brotan como “quejas de bandoneón” entre espasmo y espasmo, regados por la luz de algún farolito arrabalero.

¿Qué? ¿Quérés que me venga a vivir aquí con vos? ¿Compartir la catrera? Quizás ¿Por qué no? En un arrebato de sensual pasión suburbana y marginal, podría yo “Yira Yira” venirme con mis cositas, algún día cualquiera quizás, y nos pasaríamos cogiendo todo el día, y yo iría toda la noche a terapia, o mejor, me traería aquí a mi terapeuta para ahorrar tiempo. Bandoneón, terapeuta, tango, cama, psicoanálisis, “testamento de arrabal”, cogidas intensas, prolongadas, en claves de sol, re, mi, fagamos todo al mismo tiempo. Y gocemos alrededor del “fuelle de cintura”, envueltos en las nubes de humo de faso negro barato, mirando pasar la vida por esa “ventanita de arrabal” sintiendo “cómo se nos pianta la vida”.

“¡Decí por Dios que me has dao que no sé más quien soy!”. No puedo contenerme, estoy embalada de pasión. “Loca, loca, loca”. Vos tocás el fuelle, yo cocino, vos raspás la vida misma, yo te cebo mate con factura. Soy como “la milonguerita que dio el mal paso”, y me vuelvo loca cogiendo en el catre con Pugliese y la Yumba de fondo, completamente desnuda, “pebeta de barrio”, entregada “papusa”, descargando arpegios y armonías y gritando de placer que el mundo fue y será una porquería ya lo sé”, alucinada por “mi buenos aires querido” clamando “¡dame más… más… y más!”.

Después despertamos con “ganas de llorar en esta tarde gris”. Y bueno…. Aterricemos. Yo me tengo que ir de vuelta con mi marido, a mi vida real, a ser la oligarca de tacones altos, del perfume francés, de la seda al cuerpo, del “tovén a tres manos”, al lujo a las alhajas y al coqueto ascensor de la avenida Alvear. “¡Si soy así, que voy a hacer”! Y vos aquí. Con tu fuelle orillero, “clavado en lo más hondo de mi pobre corazón”.

Me voy macho. ¡Me voy! Nadie nos quitará lo tocado. Gracias tango “que me hiciste mal y sin embargo te quiero”. Gracias tango por el encanto se soñar lo imposible. Gracias tango por este baño de pueblo. Gracias tango por un poco de marginalidad alquilada.

por Eduardo Castro
www.eduardocastro.com.ar

Semana 28: "la revolucion francesa, la revolucion productiva, la revolucion mazorin" x Ernan

Voloh III: La dama

El Pueblo no figuraba en los mapas. Según se descubrió hace poco en el diario de un ex habitante -hallado ebrio, sucio y balbuceante en un villorio del Chaco argentino llamado Fortín Aguilar- quedaba en la inmensa soledad de El Impenetrable, ese macizo enjambre de la naturaleza enclavado en el centro de Sudamérica. Ante la policía provincial, por el profundo silencio del errante, el diario se convirtió en uno de los pocos documentos sobre la vida en Voloh. Por ejemplo, figuraban algunos nombres, entre ellos el de la dama.

En el Planetario, la entrevista con la dama había durado pocos minutos. Su aparente tranquilidad había convencido al señor Hill de que era ideal para ser una habitante. Según el diario del errante, se llamaba Dorys, tenía cuarenta años y una presencia atractiva. Había tenido un solo hombre en su vida, su marido, y desde que la abandonó solo recibía en su casa a un joven amante a quién se entregaba sin compasión.

Al enterarse que estaba aceptada, quizo dejar su teléfono para que la llamaran. El señor Hill sonrió entonces y le dijo que esperara porque en unas horas tomarían el tren hacia Voloh. Ella titubeó, pero la ansiedad del ciego en sus espaldas la decidió a dejarse llevar por la intuición. Su mirada opaca recorrió por última vez la cola que ya sumaba cientos de personajes, y se sentó en el pasto, esperando la hora. El ciego soltó la flor, se acercó a la mesa, se sacó sus anteojos y con aire de suficiencia dijo:-Carlos Fuentes.

Semana 27: sionistas, stalinistas, anarquistas, radicales, peronistas, y filosofos ilustrados...todos muertos" x Ernan